Nuestra historia
Como muchos en su época, ¨Nuestro Abuelo¨ llegó de Holanda hace ya varios años siguiendo un sueño. Traía con él recuerdos inolvidables, algunas costumbres bastante arraigadas y muy pocas pertenencias; sólo aquellas cosas que no podía ni quería dejas atrás. Entre ellas su vieja bici holandesa.
En Argentina lo esperaba un nuevo mundo. Y aunque las distancias se hicieron bastante más largas, él persistió en continuar su travesía en su vieja y querida bicicleta de paseo.
Aquella era la bici que él había personalizado a su gusto y aseguraba, que en su país (en el que había más bicicletas que personas), si no hacías que tu bici se destaque del resto, simplemente, la perdías. Y esa posibilidad no estaba en sus planes. Después de todo, con esta vieja bicicleta atravesaría su nuevo pueblo. Cada mañana recorrería el camino que lo conducía a la parcela donde criaba animales de granja. Siempre en bici.
Varias generaciones crecieron allí, entre grandes animales de granja de relucientes y suaves hocicos rosas. También de bicicletas únicas, especiales e inconfundibles que, a la sombra de un gran árbol o bajo el techo protector de algún viejo establo, aguardaban con paciencia que las sacarán nuevamente de paseo a recorrer ese pueblo, ahora increíblemente familiar.
Allí nació Hocico Rosa. Al cuidado de esas manos mansas que, con paciencia y sabiduría, acercaban la inspiración para transitar caminos propios colmados de esperanza y respeto por la naturaleza, recorridos con el mismo espíritu emprendedor que daría inicio a esta historia que comenzó el día en que ¨Nuestro Abuelo¨ subió a ese barco y aún hoy se está escribiendo.